¿Cuándo murió la Nueva Mayoría?
Rafael Rodríguez Presidente Seminarium Penrhyn International
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Rafael Rodríguez
En contabilidad existen dos definiciones para contabilizar una transacción, cuando se crea el acto que va a dar origen o modifica una transacción de bienes -devengamiento- o cuando esta transacción se produce físicamente -realización-. Para simplificar esta diferencia un ejemplo siempre ayuda. La primera se produce cuando, por ejemplo, se ha ganado intereses en un bono; se dice que este es un ingreso devengado, mientras no se haya cobrado. Cuando se cobran estos intereses ese ingreso devengado pasa a ser realizado.
Este concepto ayuda para responder a la pregunta que se hace en el titular de esta columna, ¿cuándo se murió la Nueva Mayoría? En el presente se discute en base a lo que un contador llamaría hechos realizados, esto es, cuando el PS dio la espalda a la candidatura de Ricardo Lagos, o cuando Carolina Goic decidió rechazar ir a primarias dentro del bloque. Sin embargo, mi tesis es que esto ocurrió mucho antes; la muerte de la Nueva Mayoría se devengó cuando se integró a la coalición del futuro gobierno al Partido Comunista, de paso cambiando el nombre a la coalición de centro izquierda. El PC sumó fuerzas junto a un grupo de jóvenes del llamado G90 en dar un giro radical al equilibrio socioeconómico que vivía Chile y liderar una transformación profunda en base a reformas que ponían el énfasis en la distribución del ingreso, si bien no con la intención explícita de dañar el crecimiento económico, que era la característica que había distinguido a Chile en los 30 años precedentes, sino que descuidándolo como hemos visto en las famélicas cifras de crecimiento de la economía en los últimos tres años, pero con la consecuencia inevitable de afectarlo negativamente, tal como se advirtió hasta el cansancio por quienes saben cómo se mueve el señor dinero.
¿Era posible la convivencia de ambas visiones de sociedad tan diferentes en una misma coalición?, no me parece. Tampoco que una generación con años de gobierno en el cuerpo pudiera compatibilizarse con estas ideas que parecen más utópicas que realistas, sustentadas por jóvenes -y otros no tanto- más peritos en la dialéctica que en la praxis de gobierno.
Un ejemplo de esta utopía es el presupuesto de ingresos que presentó Alberto Arenas al inicio del presente gobierno, utópico por todos lados, pero como acostumbra a pasar entre los utópicos, sirvió para dar sustento a reformas costosas puesto que “está la plata”. Pero alguien tiene dudas a estas alturas de que la gratuidad escolar universal es inviable, o que la reforma para la cobertura de educación preescolar no tiene fondos, o que la seguridad ciudadana todavía no encuentra la fórmula, ni los recursos para dar mayor seguridad a la población, o que el Transantiago es un proyecto pésimo pero que no se arregla sino que se chutea como la chiflota. Este es el resultado de mezclar huevos con mermelada. El menjunje es difícil de tragar para todos, a menos que haya otros objetivos como el de mantener una pegatina en el gobierno y ante ese objetivo superior, todo lo demás hay que soportarlo.
Ojalá esta postura independiente de la DC sea más que una jugada táctica, que devele las diferencias y que se vuelva a la discusión de los principios y de la racionalidad económica, política y social, apegada a las convicciones y principios más profundos.